Prodigar amor sin expectativas es la piedra angular de las relaciones cuando se tiene un propósito.
Necesitas en verdad saber muy poco más. Practica este ejercicio de dar amor, sin condiciones, y verás cómo te sientes lleno en lugar de vacío, dichoso en lugar de desgraciado, He aquí las cuatro cualidades subordinadas que implica esta realidad mágica en tus relaciones.
1. Renuncia a la necesidad de tener razón. Ésta es por sí sola la mayor causa de dificultades y de deterioro en las relaciones: la necesidad de hacer que la otra persona demuestre su error o tú tu razón. De ganar la discusión. De demostrar que el otro no sabe de que está hablando. De demostrar que eres superior. La relación espiritual es una relación entre iguales. No hay necesidad de demostrar que el otro está equivocado. No hay un modo «acertado» ni un argumento «vencedor». Toda persona tiene derecho a su propia opinión. Si quieres ver cómo empiezan a producirse milagros en tu vida debes abandonar por unos días la necesidad de demostrar que el otro está equivocado y ver cómo las cosas cambian para ti. Puedes sostener una conversación contigo mismo antes de abrir la boca para demostrar que el otro está equivocado. Un simple recordatorio, algo así: «Me doy cuenta de lo que yo opino en esta cuestión y sé que no está de acuerdo con lo que ella opina, pero ¡y qué! Ya es suficiente saberlo, no tengo necesidad de demostrar que se equivoca». Calla, y habrás creado un milagro en ese mismo instante. Habrás sustituido un conflicto potencial por una respuesta afectuosa. Recuerda que a nadie, y tampoco a ti, le gusta que le demuestren que está equivocado. Sabes que a ti te desagrada; honra pues este derecho también en los demás y renuncia a la necesidad de llevarte el mérito o de mostrar tu superioridad. En una relación espiritual no hay superior e inferior, ambos son iguales, y esta igualdad se respeta. Practica esto y verás cómo el amor sustituye a la ira en esa relación. Esto es también cierto por lo que se refiere a las relaciones con todos los demás. Tus hijos necesitan que se los guíe, no que les muestren sus errores. Siempre hay un modo de enseñar a los pequeños sin necesidad de que vean que se equivocan. La vergüenza que acompaña al hecho de que quedar como un «estúpido» lleva a una propia imagen de estupidez. Puedes sustituir esas observaciones destinadas a demostrar tu enorme superioridad por respuestas afectuosas destinadas a ayudar a tus hijos, y a otros a examinar sus propias opiniones. 0 bien puedes responder tranquilamente con estas palabras: «Yo lo veo de otro modo. Dime, ¿cómo has llegado tú a esa conclusión?». La clave no está en memorizar observaciones que hacer en el momento adecuado sino en no perder de vista que a nadie le gusta quedar mal, especialmente en público. Es suficiente que tengas dentro de ti este conocimiento espiritual, y tu objetivo será entonces ayudar a los demás a que lo tengan también. Esto puede aplicarse a los negocios, a las discusiones con los extraños con quienes te encuentres, a las disputas con los vecinos, a prácticamente todas las relaciones humanas. Las personas que tienen confianza en sí mismas no tienen ninguna necesidad de hacer quedar mal a los demás. Saben interiormente lo que opinan, confían en su opinión y permiten que los demás interactúen con ellos en la dignidad y no en la vergüenza.
2. Deja espacio al otro. Deja que haya espacio en vuestra unión. De nuevo, se trata de amar incondicionalmente y de dar en lugar de tomar. Cuando se ama a alguien por lo que es y no por lo que tú crees que debería ser, o por la medida en que te complace, el permitirle privacidad y espacio viene de manera automática. Lo que hay que hacer desde un punto de vista amoroso es dejar a todos la opción de ser ellos mismos. Si para ser ellos mismos necesitan pasar tiempo alejados de ti, no sólo deberás permitirlo sino facilitarlo de buena gana. Las relaciones sofocantes envueltas en celos y temores son provocadas por individuos que se creen con derecho a dictar cómo debe ser la otra persona. Recuerda esta frase de Robert Frost: «Amarnos las cosas que amamos por lo que son». Así de sencillo y, sin embargo, cuánto les cuesta a muchas personas seguirlo día a día. Todos necesitamos cierta medida de tiempo para meditar en calma, para la contemplación, para establecer contacto con nuestro yo interior, para auto examinarnos, leer, escuchar, pensar, pasear, etcétera. La soledad puede convertirse en tu compañía más importante y ayudarte a ser una persona más generosa en tus relaciones espirituales. En lugar de ver la necesidad de espacio de tu pareja como una amenaza, obsérvala como un momento de renovación y celébrala. Esfuérzate en la medida de lo posible por ayudar al otro a que tenga ese espacio. Trátalo a él o a ella como algo sagrado. No olvides que tu relación con todos los demás está en tu mente, no en lo que ellos piensen o hagan. Tu necesidad de espacio no será ninguna amenaza, sino que estará llena de amor, si eres un ser espiritual. Acariciarás tu tiempo en soledad, agradecerás estar con alguien que te alienta en este sentido y harás todo lo posible para asegurarte de que tu pareja tiene también ese espacio y en abundancia, sin Juicios ni amenazas por tu parte. La privacidad y el espacio constituyen regalos maravillosos que puedes hacerle a tu pareja. Si te niegas a dárselos verás cómo se deteriora tu relación y todos tus esfuerzos por mantenerla se frustran. Puede parecer irónico, pero cuanto más espacio permitas y fomentes dentro de la relación más florecerá ésta. Cuanto más te empeñes en poner límites al espacio de alguien, en no perderlo a él o a ella de vista o a insistir en que pase todo el tiempo contigo, más estarás contribuyendo al final de esa relación afectiva.
3. Elimina la idea de posesión. Procura gozar de tu pareja., no poseerla. Jamás podrás experimentar el milagro de una relación mágica si te crees poseedor de la otra persona o si, de algún modo, sientes que tienes derecho a dominarla o controlarla. Nadie quiere que lo posean. Nadie quiere sentirse como una posesión. Nadie quiere ser dominado ni controlado. Todos aparecimos aquí con un propósito, y este propósito se ve menoscabado cuando otro ser humano intenta interferir con nuestra heroica misión. Tu relación puede ser el vehículo que permita a tu propósito prosperar, pero puede también inhibir tu sentido del propósito. La propiedad es el factor que en mayor medida inhibe el sentirse con un propósito y una misión en la vida. No tienes ningún derecho a decirles a las personas con quienes tienes una relación lo que deben hacer durante su estancia en la Tierra. Esto es sólo algo entre esa persona y su alma. Podrás tener a otra persona en una cárcel y tu matrimonio podrá durar sesenta años, pero no tendrás una relación de amor si uno de los dos se siente poseído, si uno de los dos siente que es propiedad del otro. Es ésta una lección que yo tuve que aprender a las duras. En una época creía poder dictar a mi pareja cómo debía pensar y comportarse, Me costó caro: un doloroso divorcio, muchas horas desagradables de conflictividad y hostilidad y unas grandes frustración y tensión debido a mis exigencias poco realistas. Hoy he aprendido la lección. Ni siquiera concibo la idea de que mi esposa me pueda pertenecer. Ella es una entidad propia y mi relación con ella se basa en el reconocimiento de este hecho. De hecho es algo recíproco. Mi esposa me anima a tomarme el espacio y la privacidad que yo necesito a fin de poder escribir y dar charlas y llevar a la práctica mi propio propósito. Yo, a mi vez, opino que ella debe gozar del mismo privilegio. Aunque para ella es más difícil, ya que tenemos muchos niños pequeños. Yo me esfuerzo todos y cada uno de los días por ayudarla a que pueda gozar del mismo espacio. En el fondo de nosotros, ambos sabemos que no somos propiedad el uno del otro. Es imposible. Nuestro amor y respeto mutuos nos permite experimentar milagros en nuestra relación, algo que en otro tiempo era inexistente. Cuando intentábamos poseer al otro o dictarnos, aun en pequeñas cosas, la relación se deterioraba. Ahora cada momento que pasamos juntos es un tesoro y parecemos estar más cerca el uno del otro que nunca, al mismo tiempo que tenemos de hecho una relación más íntima y afectuosa ahora que nos concedemos un espacio, un amor y un respeto incondicionales. Es para nosotros un milagro. En una época esto pareció imposible. Y se produjo porque dimos en lugar de pedir. Porque respetamos en lugar de criticar.
4. Sabe que no es necesario comprender. Es ésta una gran lección en el aprendizaje del modo de hacer que todas las relaciones funcionen en un plano mágico. Y lo que ocurre es que no es preciso comprender por qué una persona actúa y piensa como lo hace. No darás mayor comprensión que diciendo: «No lo entiendo, y está bien así». Cada uno de mis siete hijos tiene una personalidad y unos intereses totalmente únicos e independientes. Es más, lo que les interesa a ellos no ofrece a menudo ningún interés para mí, y viceversa. He aprendido a superar la idea de que deberían pensar como yo y pasar por este mundo como paso yo; en lugar de ello, tomo distancia y me digo: «Es su viaje, han venido a través de mí, no para mí. Mantenlos a salvo, apártalos de conductas autodestructivas y derrotistas y deja que recorran su propio camino». Rara vez entiendo por qué les gusta lo que les gusta, pero tampoco necesito ya entenderlo, y esto es lo que hace que nuestra relación sea mágica. En una relación amorosa, renuncia a la necesidad de comprender por qué a tu pareja le gustan los programas de televisión que ve, por qué se acuesta a la hora a la que se acuesta, come lo que come, lee lo que lee, le gusta la compañía de las personas a quienes frecuenta, le gustan las películas que ve, etcétera. No estáis juntos para comprenderos sino para ayudaros a vivir la vida con un propósito. Gary Zukav, en The Seat of the Soul, lo resume magníficamente: La premisa básica de una pareja espiritual es un compromiso sagrado entre ambos miembros para ayudar uno al crecimiento espiritual del otro. Los compañeros espirituales reconocen su igualdad. Los compañeros espirituales son capaces de distinguir entre personalidad y alma... porque los compañeros espirituales son capaces de ver con toda claridad que hay efectivamente una razón más profunda por la que están juntos, y que esta razón tiene que ver sobre todo con la evolución de sus almas. Esta definición supone que no es necesario que uno comprenda al otro. Amar sagradamente significa amar lo que es, aun cuando no se comprenda el sentido profundo que hay detrás de ello. Cuando se abandona la necesidad de entenderlo todo del otro, se abre la verja a un jardín de las delicias en la relación. Puedes aceptar a esa persona y decir: «Yo no pienso así pero ella sí, y es algo que respeto. Es por eso que la quiero tanto, no porque sea como yo sino porque me aporta aquello que yo no soy. Si fuera igual que yo y pudiera así entenderla, ¿para qué la necesitaría? Sería una redundancia tener a mi lado a alguien igual que yo. Respetó esa parte de ella que me resulta incomprensible. La amo no por lo que entiendo sino por esa alma invisible: que está detrás de ese cuerpo y de todas esas acciones». Éstas son las cualidades necesarias para una relación con propósito. Giran todas ellas en torno al planeta del amor incondicional. Llega a ese lugar y empezarás a ver resultados en todas tus relaciones. Empezarás a ver el milagro que es vivir la vida con un propósito.