Marcarse objetivos es algo que se ha vuelto muy popular en los últimos años. Concentrar la mente en los resultados que deseamos no es más que otra manera de tratar de conseguir que el mundo haga lo que nosotros queremos que haga. No es una entrega espiritual.
Un curso de milagros hace mención de la diferencia entre «la magia y los milagros». Cuando nos concentramos mentalmente en los resultados que deseamos, y entregamos a Dios nuestra lista de aspiraciones, diciéndole qué queremos que haga por nosotros, eso es magia. Los milagros se dan cuando preguntamos a Dios qué podemos hacer por Él.
Los milagros nos llevan de la mentalidad del «conseguir» a la del «dar». El deseo de conseguir algo refleja una creencia central: que todavía no tenemos bastante. Mientras sigamos creyendo que hay escasez dentro de nosotros, seguiremos creando escasez a nuestro alrededor, porque esa es nuestra idea básica. No importa lo que consigamos; nunca será suficiente.
Cuando nuestro deseo es dar en vez de conseguir, nuestra creencia central es que tenemos tanta abundancia que podemos permitirnos derrochar. La mente subconsciente se guía por nuestras creencias centrales y fabrica brillantemente situaciones que las reflejan. Nuestra disposición a dar indica al universo que nos dé.
En todas las circunstancias, el objetivo del obrador de milagros es la paz de la mente. Un curso de milagros nos dice que "no sabemos lo que nos haría felices, aunque pensemos que sí". Todos hemos tenido cosas que pensábamos que nos harían felices y no fue así. Si nos proponemos conseguir un Mercedes Benz formulando afirmaciones, el poder de la mente subconsciente es tal que probablemente lo consigamos. Pero una vez que lo tengamos no seremos necesariamente felices. Tener conciencia de la mentalidad milagrosa es hacer de la felicidad misma nuestro objetivo y renunciar a la idea de que conocemos la manera de ser felices. No sabemos lo que va a pasar dentro de un mes o de un año. Si consiguiéramos lo que queremos ahora, tal vez más adelante nos encontraríamos en peores circunstancias precisamente por culpa de eso.
Digamos que vas a una entrevista de trabajo. Te interesa mucho conseguirlo, y alguien te ha sugerido que hagas afirmaciones para lograrlo, haciendo de ello tu objetivo. Pero el único objetivo de los obradores de milagros es la paz. Así conseguimos orientar la mente para que se concentre en todos los factores que pueden incidir en nuestra paz, y dejar todo lo demás fuera de nuestra consideración consciente. La mente, como los ojos, se ve inundada por tantas impresiones al mismo tiempo que dispone de un mecanismo censor que enfoca la percepción y escoge en qué nos hemos de fijar y en qué no.
Marcarnos como objetivo cualquier otra cosa que no sea la paz interior es emocionalmente autodestructivo. Pongamos que nuestro objetivo sea conseguir un trabajo: si lo logramos nos sentiremos muy bien, pero si no, nos deprimiremos. En cambio, en el caso de que nuestro objetivo sea la paz interior, si conseguimos el trabajo será estupendo, pero si no, seguiremos en paz.
El Curso nos dice que es importante establecer un objetivo al comienzo de una situación, para que ésta no evolucione de forma caótica. Si nuestro objetivo es la paz interior, pase lo que pase estaremos programados para la estabilidad emocional. La mente estará orientada a ver la situación desde un punto de vista sosegado.
Si no conseguimos el trabajo que queríamos, eso no será tan importante. Comprenderemos que pronto nos sucederá algo mejor, que ese no era en realidad el trabajo perfecto para nosotros. Tendremos fe en Dios. El milagro es que realmente «sintamos» nuestra fe. No será sólo un ungüento de sentimentalismo barato para suavizar nuestro dolor. Las emociones fluyen de los pensamientos, y no al revés.
Otro problema con el establecimiento de objetivos específicos es que pueden ser limitativos. Quizás estemos pidiendo algo bueno cuando la voluntad de Dios era que recibiéramos algo grande. Al mirar por encima del hombro de Dios lo único que hacemos es interferir en Su capacidad de hacernos felices. Una vez que comprendemos que la voluntad de Dios es que seamos felices, ya no sentimos la necesidad de pedirle nada más que «hágase Tu voluntad».
Una vez, mientras daba una conferencia en Nueva York, se levantó un joven que me preguntó por las afirmaciones. En aquella época, Canción triste de Hill Street era una serie de televisión muy popular.
-Cada noche, antes de acostarme, escribo cincuenta veces: «Tengo un papel estable en Canción triste de Hill Street. Tengo un papel estable en Canción triste de Hill Street». ¿Quieres decir que no debería hacerlo? -me preguntó.
-Puedes escribir esa afirmación cincuenta veces cada día antes de acostarte, y probablemente consigas ese papel, porque la mente es muy poderosa. Pero, ¿quién sabe si dentro de un año un director importante no te querrá ofrecer el papel principal de una gran película, sin poder conseguirte porque estarás bajo contrato con un papelito insignificante en Canción triste de Hill Street? -le dije.
El problema subyacente en nuestra necesidad de indicar a Dios lo que tiene que hacer es nuestra falta de confianza. Tenemos miedo de dejar las cosas en Sus manos porque no sabemos qué hará con ellas. Tenemos miedo de que se le pierda nuestro expediente. Si hemos de marcarnos algún objetivo, que sea el de vernos sanados de la creencia de que Dios es miedo y no amor. Recordemos que, como dice el Curso, «nuestra felicidad y nuestra función son la misma cosa». Si Dios es nuestro objetivo, eso es lo mismo que decir que la felicidad es nuestro objetivo. No tiene sentido creer que Dios no puede imaginarse los detalles o que no tiene recursos para hacer que algo suceda.
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